Contra la desvirtuación, conceptos claros
Que la tierra de labor, como norma general, ha ido perdiendo su potencial productivo, esto es, su fertilidad, es algo que los y las agricultoras han percibido desde hace mucho tiempo. Sin ir más lejos, hace justamente un siglo, en 1924, 111 personas de 6 nacionalidades distintas asistieron en Koberwitz (Silesia, Polonia) al que se considera el primer curso de agricultura ecológica de la historia, impartido por Rudolf Steiner. Este “Curso sobre Agricultura Biológico-Dinámica” se compuso de varias conferencias de trabajo enfocadas en resituar a la naturaleza en el centro, o más bien, en la cúspide de todas las acciones que realizamos los seres humanos para producir alimentos. Décadas más tarde, aquellas semillas fructificaron en una escuela de agricultura, la biodinámica, que tiene como base a la agricultura ecológica, cuenta con una certificación propia que establece una serie de parámetros que se suman a los de la certificación ecológica (requisito indispensable) y es practicada por miles de agricultores a lo largo y ancho del planeta.
En una época similar a Steiner, en los años 30 del siglo XX, el inglés Sir Albert Howard aprendió de los y las campesinas hindúes las técnicas de compostaje que son hoy la base para el tratamiento y valorización de la materia orgánica en compost. Howard también abogó por un enfoque holístico en el tratamiento de la tierra de labor, poniendo especial énfasis en el humus y en el papel que la materia orgánica juega en la fertilidad de la tierra y la salud de los cultivos, así como en la idoneidad de no dejar la tierra desnuda y adoptar los cultivos de cobertura. Su trabajo sirvió de inspiración para Lady Eve Balfour, que puso en práctica los principios de Howard en su propia granja, escribió un libro de referencia para el movimiento orgánico (The Living Soil, 1942) y fundó en 1946 la Soil Association, además de participar en la creación de la Federación Internacional de Movimentos de Agricultura Ecológica (IFOAM, nacida en 1972). Coetáneo de ambos, e influenciado igualmente por el trabajo de Albert Howard fue J. I. Rodale, escritor y editor norteamericano que comenzó a editar la revista Organic farming and gardening allá por 1942 (publicación que se mantuvo durante 70 años) y acabó fundando el Instituto Rodale, pionero en la promoción de la producción ecológica en los EEUU. Es al propio Rodale a quien se le atribuye haber popularizado el término “agricultura orgánica”, así como el haber acuñado el término “agricultura regenerativa”, como un paso más allá del modelo ecológico-orgánico, pero siempre ligado a éste.
En definitiva, la necesidad de regenerar los suelos, la tierra de labor, ya era percibida hace un siglo. Tanto es así, que ya hace 100 años que se testaban prácticas que hoy están directamente vinculadas con la producción ecológica y que se han probado efectivas a la hora de regenerar la tierra: aporte de materia orgánica compostada, rotación de cultivos, siembra directa o laboreo mínimo, cultivo en bancales permanentes, asociaciones, cultivos de cobertura, abonos verdes, promoción de la biodiversidad tanto en el cultivo como en las zonas colindantes, limitación de la carga ganadera, respeto a la etología de los animales…
Pero el tren de la historia trajo consigo el fin de la Segunda Guerra Mundial, junto con un importante excedente de sustancias químicas susceptibles de ser utilizadas en la producción agrícola: nitratos para explosivos acabaron como fertilizantes, plaguicidas como el DDT, ampliamente utilizado para prevenir la transmisión de enfermedades por insectos entre la tropa pasó a ser la solución mágica contra las plagas, y los organofosforados destinados a la guerra química acabaron como insecticidas o como herbicidas. A partir de la década de los 60 la Revolución Verde aceleró aún más la desconexión entre la agricultura y el elemento que la sustenta: la producción agrícola pasó a considerar la tierra, el suelo, como un sustrato inerte. Las consecuencias de esta intensificación no tardaron en hacerse patentes, y provocaron también que el movimiento en pro de una agricultura ecológica, regeneradora de la tierra, respetuosa con los animales y promotora de biodiversidad creciera paulatinamente.
Y así llegamos hasta el siglo XXI, la deriva productivista desconectada de las leyes que rigen los ecosistemas agrarios está tan fuerte como hace 60 años, con la diferencia de que la agricultura y la ganadería ecológicas, con sus principios y sus prácticas basadas en regenerar el ecosistema agrario, se han constituido como una alternativa viable que cuenta con millones de personas productoras en todo el mundo que la avalan, y cientos de millones de personas consumidoras que demandan sus productos, porque saben lo que esos alimentos representan. En la ecuación se ha introducido de un tiempo a esta parte un nuevo factor, que no es otra que la evidencia palpable de que el clima ya no es lo que era: hoy prácticamente nadie discute la necesidad de un cambio de paradigma en todas las esferas de la actividad humana, porque el planeta ya está dando señales claras de que no da para mucho más. La “conciencia ambiental”, o tal vez la “eco-ansiedad”, se ha establecido en buena parte de la población, y como estamos en una economía de mercado, resulta obvio pensar que, hoy por hoy, “lo verde” vende. Aunque para ser sinceros, el greenwashing tampoco es cosa del siglo XXI. El propio adjetivo que nos representa ha sido y es perversamente utilizado y se puede ver asociado prácticamente a cualquier producto en venta, aunque sea una pura contradicción, como por ejemplo un coche ecológico.
Afortunadamente, el uso del término en alimentación está regulado, los criterios, las bases de lo que es la producción ecológica, están recogidos en una normativa en la que se exige el abonado orgánico, la rotación de cultivos, la limitación de la carga ganadera, el bienestar animal, la promoción de la biodiversidad tanto en los cultivos como en su entorno, el mantenimiento de la cubierta vegetal, el cultivo de leguminosas, un laboreo que no altere los horizontes del suelo, el control mecánico de las hierbas adventicias… toda una serie de prácticas enfocadas en reforzar y mantener la fertilidad de la tierra. De hecho, el periodo de conversión, durante el cual las nuevas agricultoras y ganaderas ecológicas han de adoptar esas prácticas, es en realidad un periodo de regeneración de la tierra.
A pesar de todo esto, en alimentación tampoco estamos a salvo del greenwashing. De hecho, si hay un sector económico expuesto a él, ese es el de la agricultura y la culpa de ello la tiene en gran medida otro concepto que ha envejecido muy mal y se ha ido desvirtuando desde que se acuñó en 1969, y se popularizó en 1987: desarrollo sostenible. Nos hemos acabado encontrando con que prácticamente todo puede ser sostenible, incluso macro-infraestructuras faraónicas que prometen liberar de tráfico las carreteras que ya están colapsadas con coches cada vez más ecológicos. Puede ser (más) sostenible, incluso, una agricultura totalmente convencional que adopte prácticas de agricultura regenerativa, como por ejemplo la siembra directa (precedida de una buena rociada de herbicida en toda la parcela). Y así, como por arte de magia, ya tenemos otro término propio del modelo ecológico en grave riesgo de acabar tergiversándose por arte y gracia de la lógica de mercado: la agricultura regenerativa. Hasta los gigantes agroquímicos publicitan ya sin ningún pudor sus proyectos de “agricultura regenerativa”. ¿Entraría en esta categoría la soja OGM, con su resistencia al glifosato y su idoneidad para la siembra directa?
Por la razón que sea, en los últimos tiempos lo regenerativo parece tener un gran tirón, y constantemente nos encontramos con que aquello con lo que se asocia tiene poco que ver con la matriz del concepto: la agricultura ecológica. Más aun, a veces da la sensación de que se pretende disociar la una de la otra, obviar la relación directa que las une. Pero no debemos olvidar que la agricultura regenerativa es una consecuencia del modelo ecológico, una evolución. No es posible entender la una sin la otra, que no nos pretendan engañar.